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Saray fue atacada en su lugar de trabajo por su expareja que la agredió con arma blanca. El intento de feminicidio se registró, ayer, en un establecimiento público, en el norte de Barranquilla. La joven terminó en un hospital y el victimario, detenido. Otro individuo, en Soledad, golpeó salvajemente a su compañera hasta dejarla malherida. La Policía conoció el caso.

Estos escalofriantes como recurrentes episodios de violencia de género, y todos aquellos que jamás llegamos a conocer porque no trascienden ni son denunciados por las víctimas, hacen parte de una emergencia social no declarada que, lamentablemente, parece importar cada vez menos. El silencio institucional frente a la dramática realidad de malos tratos, agresiones o abusos que destroza la vida de un número indeterminado de niñas y mujeres, resulta elocuente. 

Por primera vez en su historia, Colombia tiene un Ministerio de Igualdad y Equidad, un compromiso de campaña del actual Gobierno que se materializó con prontitud tras su aprobación por el Congreso de la República. Sin embargo, a estas alturas, desconcierta que un asunto tan prioritario y urgente, como es garantizar los derechos de las niñas y mujeres a una vida libre de violencias y de riesgo de feminicidio, no se distinga como una de sus principales banderas ni se conozcan en detalle las acciones que han emprendido para acompañar y proteger a las víctimas, superar las deficiencias del sistema que con frecuencia las revictimiza y educar en igualdad y en temas afectivo-sexuales para prevenir la ocurrencia de nuevos crímenes por razones de género.

No existe motivo alguno que justifique o excuse la alarmante complicidad machista de una sociedad que naturalizó los asesinatos de mujeres ni tampoco es posible exonerar la indolente desconexión con la realidad de quienes están llamados, por sus responsabilidades gubernamentales, a encarar un problema estructural que se extiende por todo el país. Inmersas en una situación de vulnerabilidad que alcanza a sus hijos e incluso al resto de su familia, a las víctimas les cuesta encontrar la salida del laberinto de farragoso diseño sin perspectiva de género en el que terminan metidas, tras armarse de valor para denunciar el infierno al que las han sometido sus agresores.

Es moralmente inaceptable que en enero se cometieran 21 feminicidios en el país, como indicó la Procuraduría. O que el ente de control emitiera 84 alertas por el riesgo que corren mujeres de ser asesinadas, el 10 % del total de las tramitadas en 2023. O que la Defensoría del Pueblo atendiera 28 casos de tentativa de feminicidio y otros dos de presuntos feminicidios consumados. También lo es que en Atlántico, al menos 10 mujeres hubieran sido asesinadas en las primeras semanas del año. No es aventurado decir que buena parte de estos espantosos crímenes terminarán impunes. ¿Si esto no nos escandaliza es bien difícil imaginar qué más podría hacerlo?

A las mujeres las acosan, agreden y matan, pero tras el ruido mediático o cuando las cámaras se apartan poco o nada cambia para ellas. Al final del día, permanecen indefensas, cuando no invisibles ante los ojos de quienes deben ofrecerles garantías de protección efectiva, procesos rigurosos de investigación y juicios rápidos. Nadie parece verlas, excepto sus agresores que con vergonzosa frecuencia terminan libres y con intención de volver al acecho. Ni siquiera en el departamento tienen en la actualidad un lugar para resguardarse, luego del cierre de la casa refugio que funcionaba en Barranquilla, donde las víctimas y sus hijos encontraban cabida.

Como si la violencia machista conociera de barreras institucionales, presupuestos recortados o rivalidades políticas, cada puerta que, literalmente, se le cierra en la cara a una de estas mujeres las expone al peor de los desenlaces. 3.628 han sido asesinadas por razones de género en los últimos 6 años en el país, 525 de ellas en 2023, según el Observatorio Feminicidios Colombia.

Cuántas más mujeres muertas, niños huérfanos o familias rotas harán falta para entender que los esfuerzos institucionales deben articularse de manera integral para abordar una crisis que luce fuera de control. Aunque todas las normas serán papel mojado, si los hogares continúan perpetuando estereotipos sexistas, negando el machismo o haciendo de la sumisión de niñas y mujeres doctrina de vida. O lo que es lo mismo, oponiéndose al avance de la igualdad, una lucha por los derechos humanos de las mujeres, que apuesta por cambiar la forma en la que algunos hombres asumen su relación con ellas. Actúen con celeridad y decisión. Llegar tarde es no llegar.

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Por oviedo

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