Los goles de Lucho Díaz hicieron llorar los ojos de los colombianos. De los de buen corazón, de los que se levantan a diario a hacer patria. Los goles de cabeza de Lucho encendieron la chispa en un Estadio Roberto Meléndez a reventar, pasaron por el corazón de Cilenis y Mane, sus padres, y se esparcieron por todos los rincones de Colombia resistente y resiliente e hizo cantar un coro de millones de gargantas al compás del corazón que latió como para salirse del pecho.

Y mientras las lágrimas y la cara emocionada de Mane, enfocado por la televisión del mundo, y Cilenis lo abrazaba contra su pecho, el hijo Lucho, corría desaforado hacia la tribuna buscándolos para ofrecerle  los goles a ellos, a los que estaban al lado, a la tribuna, a Colombia entera y al mundo que lo arropó de solidaridad cuando su padre caminaba secuestrado por la manigua.

Debe ser la victoria más hermosa que hemos visto y sentido de una selección en nuestro estadio, en nuestra ciudad, en nuestro país.

Fue como la noche de los buenos, de los que nos brindan alegría que se toca, que hace emocionar a todas las generaciones, a los que vienen creciendo y a los que ya hemos caminado gran trecho por esta vida que amamos y veneramos a pesar de sus vicisitudes, de sus contra tiempos, o de la misma maldad que se agazapa a esperas de hacer daño.

Es en estos momentos cuando entendemos que la vanidad es fatua, que lo bueno de la vida no sale de las cosas materiales sino del corazón, de sentimiento puros que no se impostan, y que los buenos somos más a pesar de las vejaciones y de la maldad de quienes viven del dolor ajeno.

El fútbol es un bálsamo que sirve para que vivamos momentos sublimes e inolvidables como la noche de aquella noche…   



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Por oviedo